martes, 29 de diciembre de 2015

MALDITO WHATSAPP

Era de noche y hubiera dormido del tirón si el sonido de aquel mensaje en el móvil no me hubiera despertado a las seis de la mañana. El tan importante texto, que por la hora a la que se recibía lo debía ser, decía: “¡Hola! ¡Buenos días!”. Eso pude mal leer, con los ojos a medio abrir y con legañas. Eso, y que el texto pertenecía a Juan, un amigo que tengo en un grupo de wasap, de compañeros del colegio, con los que hace poco me he reencontrado.
Sí, también yo fui abducida, arrastrada y engullida por un grupo de wasap, de cuarenta participantes si no más, que pretende recuperar en unas horas los años que hemos estado distanciados, en el que los días no tienen la suficiente extensión para seguir el hilo de sus conversaciones y en el que las respuestas se pierden entre otros mensajes que nada tienen que ver, que cuando uno quiere decir algo pocas veces se llega a tiempo…
Y en medio de toda esta locura en ocasiones sucede que nadie responde, y es entonces cuando dudamos si la aplicación, de la que parece que tengamos una dependencia vital, está estropeada.
“¿Hay alguien ahí?”.
No todos mis grupos de wasap son iguales a este, otros son mucho más comedidos, de cuatro o cinco participantes, y en alguno de estos la fecha del último mensaje me recuerda a una esquela mortuoria que se haya quedado anclada en el pasado.
“¿Por qué nadie escribe?”.
“¿Hay alguien ahí?”.
He pensado en desinstalar el wasap, pero siempre hay un no sé qué que me lo impide.
Y por más que ahora estemos conectados, en contacto, no siempre estamos en compañía.  Tal vez sea la edad, llamadme antigua, pero yo añoro a mis amigos tangibles, a los del wasap, pero de carne y hueso: sus conversaciones, los besos, sus abrazos, los achuchones, las risas… y si también las hay, pues las lágrimas.
Todo.


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